Las buenas mezclas en albañilería precisan un buen cálculo de proporciones. Dentro del mundo de la albañilería las mezclas juegan un papel clave para que la obra resulte perfecta. Los materiales base para trabajar son los de toda la vida: el yeso, el cemento, los morteros y el hormigón.
El yeso, al igual que el cemento y la cal, debe conservarse en un lugar donde no haya humedad. Se emplea solo, mezclado únicamente con agua. Las proporciones de la mezcla varían según el tipo de aplicación. Para un enlucido, por ejemplo, se debe amasar claro (media medida de yeso por una de agua); para un empotrado profundo o normal, por el contrario, se amasará espeso ( dos terceras partes de yeso por una de agua). Una vez que el yeso está preparado debemos utilizarlo de inmediato, ya que el fraguado se acelera por la acción del agua.
El cemento se emplea normalmente mezclado con otros materiales, aunque en pequeños empotramientos, como empalmes o fijación de cañerías también se usa solo. Para su preparación, en primer lugar hay que verter el cemento (al contrario que el yeso, donde lo primero que se echa es el agua), añadiendo poco a poco el agua sin dejar de trabajar la masa con una pala. El amasado se hace a ojo, hasta que la pasta está consistente. El fraguado será mucho más lento que el del yeso.
El mortero designa una mezcla de cal o cemento con arena. El de cemento se emplea para unión de ladrillos y el de cal va bien en los enlucidos exteriores e interiores. A un metro cúbico de arena le corresponden 300 kilos de cal o cemento si se trata de enlucidos exteriores, de doscientos a 250 kilos para enlucidos interiores y 500 kilos para tablones.
El hormigón, por su parte, es la mezcla de arena, grava o piedras con aglutinante amasado con agua. Posee una gran resistencia y en muy raras ocasiones se utiliza en pequeñas cantidades. Según la naturaleza de los trabajos que quiera efectuar el aficionado, éste deberá respetar de forma escrupulosa las proporciones y medidas que indica el fabricante.
